“Se requieren políticas públicas,
institucionales y empresariales
dirigidas a repartir mejor los
beneficios de la robotización.”
El pesimismo goza de excesiva buena prensa. Lo he comprobado a lo largo de mi vida en muchas ocasiones. Pero es especialmente visible a la hora de analizar las tendencias de la economía y la sociedad, ya sean demográficas, comerciales, financieras, tecnológicas o medioambientales o migratorias. El “malthusiano” ha vuelto por sus fueros. Si te muestras pesimista tienes muchas más posibilidades de captar la atención de la gente (y vender más libros) que si eres optimista escéptico.
Una muestra actual de ese pesimismo es el fatalismo con que se observa la robotización de la economía. Si uno lee la mayoría de los informes sobre los efectos de la robotización sobre el empleo acabará deprimiéndose. Los pronósticos no sólo son pesimistas / fatalistas, sino que en algunos casos son sencillamente apocalípticos.
No queda claro, sin embargo, si ese desempleo será temporal o definitivo. El desempleo temporal podría producirse como consecuencia de lo que el gran economista británico John Maynard Keynes llamó “paro tecnológico”. Keynes sostuvo que ese tipo de paro se podía producir cuando la velocidad con la que la tecnología destruye empleo es más rápida a la que la nueva economía crea nuevos tipos de trabajo. El paro estructural ocurre cuando el impacto de la nueva tecnología es una reducción de la cantidad total de empleo neto existente. Ese es el temor que comparte buena parte de la población trabajadora.
Sin embargo, en las anteriores oleadas de innovación tecnología no ha ocurrido. El número de personas ocupadas en la etapa de la primera industrialización fue muy superior a cualquier etapa anterior. A pesar de la destrucción de empleo que produjo la automatización de la agricultura, el empleo total no disminuyó. Todo lo contrario. Los nuevos empleos en la industria y en los servicios (educación, sanidad, …) fueron muy superiores a la reducción en la agricultura. Eso sí, sin perder de vista que uno de los mecanismos de ajuste a la mayor productividad fue la reducción de la jornada de trabajo.
¿Qué está ocurriendo ahora? Si nos fijamos sólo en la evolución del paro en economías sometidas más intensamente a los efectos de la destrucción creadora de la tecnología no veo ni el paro tecnológico ni el paro estructural. Así, en Estados Unidos el paro está en este momento por debajo del 4 %, el menor desde los años sesenta. Es decir, en pleno empleo. Y lo mismo ocurre en el Reino Unido.
No soy, sin embargo, un optimista bobo. No todas las nuevas tecnologías traen aumentos de productividad; ni cuando la traen sus beneficios se reparten equitativamente entre el conjunto de la sociedad. Es lo que vemos ahora con los salarios. Pero esta es otra cuestión que requiere políticas públicas, institucionales y empresariales dirigidas a repartir mejor los beneficios de la robotización.
En todo caso, como ha escrito el prestigioso analista económico y jefe de opinión de Financial Times, Martin Wolf, si es necesario, esclavicemos a los robots y liberemos a los trabajadores.
Catedrático de Política Económica
Universidad de Barcelona
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